Unamuno
- Lucía Guerrero Granados
- 5 abr
- 2 Min. de lectura
Consejero y amigo de Quesada.
En 1910, el periódico La Mañana se hizo eco de una visita de Unamuno a Las Palmas de Gran Canaria. En aquel viaje, el entonces ya reconocido escritor conoció a un Rafael Romero de 26 años, con quien comenzó a cartearse. Esta amistad se fortaleció a lo largo de los años, a pesar de la distancia. Miguel aconsejó al joven poeta Rafael respecto a su obra e incluso le ofreció recomendaciones de lectura en una correspondencia que aún hoy podemos leer. Como cabía esperar por sus edades, Unamuno era en sus cartas más espontáneo y natural —«¡El tiempo que hace, mi buen amigo, que debí haberle ya escrito! Pero... (llene lo mejor posible estos suspensivos)»— que el joven Quesada, quien quería causarle buena impresión.
Las cartas conservadas, de entre 1911 y 1915, las intercambiaron mientras Alonso Quesada escribía la obra por la que hoy es más reconocido, El lino de los sueños. El 20 de diciembre del 1912, Unamuno le dijo que enviase su obra poética a la Biblioteca Renacimiento y que le dijese a su editor, Martínez Sierra, que él mismo se implicaría en su difusión en lo que hiciera falta —y así lo hizo, como ahora sabemos, al escribir el prólogo de la obra—. Quesada se lo agradeció de mil maneras en diversas cartas y siguió su consejo. Un buen día de junio de 1913, Quesada le anuncia que Martínez Sierra le ha respondido y que su obra se publicaría en poco tiempo.
Estas conversaciones no les impedían hablar además de amigos, familiares o la propia isla de Gran Canaria. Unamuno siempre se acordaba de ella y deseaba regresar a esa «isla de tranquilidad y de afecto y a los que ahí dejé». Quesada le hablaba también de su trabajo, hasta que el 10 de febrero del 1915 le dice que, fallecidos sus padres y teniendo solo a cargo a sus hermanas, «es posible que cambie de empleo: estoy harto de ingleses que solo me han explotado».
Y es cuanto menos curioso que sean precisamente estas dos facetas de la isla, tanto su idílico ambiente como la «invasión» inglesa de los hoteles y bancos, las que el autor trata con tal maestría en Las inquietudes del hall.

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