El suspiro pálido del arte
- Berta Moreno Escobar
- 26 abr
- 3 Min. de lectura
Literatura marcada por la tuberculosis.
Si hay una enfermedad romántica, una enfermedad que ha inspirado a artistas y poseído a inolvidables personajes, esa es la tuberculosis.
Hasta que Robert Koch no descubriera la bacteria causante de la tuberculosis en 1882, gran parte de la población europea veía esta enfermedad como un mal misterioso y romántico que debilitaba el cuerpo y engrandecía la voluntad. La mística del pañuelo blanco manchado de sangre se convirtió en iconografía de los románticos a los que la tuberculosis invitaba a vivir la (poca) vida de una forma más espiritual. El aspecto pálido y frágil de la enfermedad representaba una manera de vivir más profunda, más elevada. Es más, para el filósofo Schopenhauer, la tuberculosis era una enfermedad positiva porque mientras debilitaba el cuerpo, fortalecía la mente y el espíritu. Y no es por ello extraño grandes personajes hayan sido creados alrededor de la tuberculosis, su cura y sus síntomas.
Las inquietudes del Hall (1922) se desarrolla en un hotel colonial inglés que funciona como refugio para aquellos británicos que huían del húmedo y frío clima británico para hallar el cálido reposo en Canarias necesario para superar la enfermedad. Mucho antes de que Alonso Quesada escribiera nuestra novela en los años veinte del siglo pasado hubo otros autores que se inspiraron en la tuberculosis para la creación literaria. Especialmente en el siglo XIX, cuando la tuberculosis martilleaba con furia Europa y recibió el apodo de “la gran plaga blanca”.

La enfermedad parecía inspirar la mente romántica de los autores, y era atribuida a los personajes más heroicos o excepcionales. Así, Alexandre Dumas, acaba con la vida de Margarita Gautier, la valiente y sacrificada cortesana con esta enfermedad en La dama de las Camelias (1848). No olvidemos que esta obra más tarde inspiró a Giuseppe Verdi para escribir La Traviata (1853), donde la también cortesana Violetta sucumbe ante la peste blanca. Antes de que Dumas, Charlotte Brontë, que padecía la enfermedad y había perdido por ella a varios hermanos, inmortalizó la tuberculosis en el entrañable personaje de, una niña que deja una huella imborrable de estoicismo y fe religiosa en el personaje de Jane Eyre (1847).

A principios del siglo XX, a pesar de que ya se había detectado el origen de la enfermedad, esta seguía haciendo estragos, y eran muy habituales los sanatorios donde las personas iban a recuperarse son reposo y aire libre. El gran ejemplo de este siglo es, sin lugar a duda, La montaña mágica (1924) de Thomas Mann, que se inspiró en el sanatorio en el que estuvo su mujer supuestamente enferma de tuberculosis. También en España la influencia literaria de la peste blanca llegó y eran habituales los sanatorios para reponerse de la enfermedad como retrata Camilo José Cela en Pabellón de reposo (1943).
Y ya a mediados del siglo XX, aunque la enfermedad era casi anecdótica, seguía nutriendo el imaginario de los creadores y traspasando formatos para colarse en otras historias, como es el caso de Amargo despertar (1973), la película de Vittorino de Sica, donde el protagonista debe ir a un sanatorio de tuberculosos en las Dolomitas. O en la multipremiada Moulin Rouge (2001) de Baz Luhrmann, basada en la novela de Dumas, en la que la trágica historia del joven Christian y de la bella Satine acaba en la trágica muerte de la prostituta por la enfermedad.
La tuberculosis fue una terrible enfermedad que se cobró la vida de millones de personas y que continúa haciendo estragos. Sin embargo, no podemos negar el potente poder creativo que de ella ha emanado. Desde luego, la historia de la literatura sería bien distinta si no la hubiésemos padecido, y nos hubiésemos quedado sin poder disfrutar de una lectura tan sofisticada y bella como Las inquietudes del hall.

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