Oliva y Jorge
- Silvia López
- 14 feb
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 feb
Un amor entre letras y silencios.
En el escenario melancólico y luminoso del hall, entre la brisa del mar y las tensiones de los inquilinos, surge una historia de amor trenzada con miradas veladas y palabras escritas. Oliva y Jorge, dos almas que comparten la incertidumbre y encuentran en el otro una chispa de amor efímero pero persistente.

Oliva, con su espíritu inquieto, sueña con un amor que trasciende la monotonía del hall, mientras que Jorge, más contenido, intenta racionalizar sus sentimientos y decidir si rendirse o mantenerse firme ante su amor por la joven irlandesa. Son las cartas, esos fragmentos de emoción desbordada, las que revelan el verdadero pulso de su amor.
En ellas, Oliva nos enseña sus dudas y sus deseos, su miedo a la muerte y su anhelo por la eternidad. Jorge, un lector silencioso, se convierte en el confidente de una pasión que late entre líneas, como si las cartas fuesen el único refugio posible para lo que no se atreven a decir en el Hall, donde el tiempo parece medirse por tazas de té y miradas furtivas.
Juntos, desafían la rigidez británica con un amor que late con fuerza en cada carta, en cada roce sutil y en cada promesa no dicha. Si tuviesemos que hablar de compatibilidad, Oliva y Jorge mantienen una conexión delicada, un equilibrio entre emoción y razón, una soñadora Piscis y un Virgo realista. Oliva despierta en Jorge una ternura que él intenta analizar, mientras que Jorge le ofrece a Oliva un refugio estable en medio de su naturaleza etérea.
En el Día de San Valentín, su historia nos recuerda que el amor no siempre se mide en declaraciones grandilocuentes, sino en esos pequeños gestos, en las palabras que se escriben con la esperanza de ser leídas. Oliva y Jorge nos enseñan que el amor también puede habitar en la tinta y en los espacios en blanco, en lo que se dice y en lo que se guarda.
Porque a veces, las cartas que nunca se envían contienen las emociones más sinceras.
Y en Las inquietudes del hall, Oliva y Jorge son testimonio de ello.

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